DISCURSO ENTREGA DEL PREMIO DE LA APDDA A AVATMA (José. E Zaldívar Laguía)
Fue muy emotivo recibir la llamada de Chesús Yuste para comunicarme que la APDDA nos iba a entregar el galardón que hoy vamos a recibir. Cuando compartí la noticia en nuestro foro con los compañeros y compañeras de AVATMA, su entusiasmo virtual, en forma de lágrimas, enhorabuenas y «oles» prolongados, fue similar al mío.
Somos un grupo numeroso de veterinarios que no hace excepciones en un aspecto que debe primar en nuestra actividad profesional, el de la denuncia del maltrato animal. Nosotros no podemos mirar para otro lado si hay vidas de animales en juego con los que una parte de la sociedad se divierte sin importarles su sufrimiento. Nosotros no podemos aplicar la ética como si fuera un disfraz que nos ponemos y quitamos en función de las formas de maltrato, y de las especies e individuos que lo padecen. Algunos veterinarios condenan este tipo de abusos con los animales de compañía, pero si éste se ejerce sobre otros, el debate se pervierte, porque nos dicen que están hechos para eso, y que de no ser así se extinguirían; que es legal, que es tradición… Los que «razonan» de esta forma son aquellos que nos piden cerrar filas en favor de un corporativismo mal entendido y nos acusan de ser culpables de abrir heridas cuando planteamos un tema tan controvertido. Una cosa es luchar por la consideración profesional, y otra silenciar las acciones de algunos «compañeros», suscribirlas, o mostrarse indiferente ante ellas, lo que les hace cómplices, en diversos grados, de lo que nosotros trabajamos por abolir. Lo queremos dejar claro: no vamos a guardar silencio cuando un veterinario explica la forma más «ortodoxa» de dar muerte al Toro de la Vega, o cuando otro idea una puya para que la hemorragia que ésta provoca no sea tan visible, o cuando proponen el uso de una puntilla de perno cautivo, o cuando nos dicen que el bienestar animal existe en estos espectáculos y que la presencia de los veterinarios lo garantiza, llegando incluso a promover eventos para ensalzarlos. Es inadmisible que un veterinario certifique que un bóvido está íntegro y sano para que sea torturado hasta la muerte, o que documente si fueron maltratados adecuada o inadecuadamente conforme a cínicas normativas. Todos los espectáculos con animales son crueles, sean o no cruentos.
Los reglamentos no van a eliminar los datos que su anatomía y su sangre nos ofrecen después de su maltrato, y que una vez analizados y objetivamente interpretados, nos revelan un enorme padecimiento emocional y físico. En resumen, las huellas científicas que nos deja su sufrimiento y sus consecuencias.
En el año 2007, un veterinario hizo público su portentoso descubrimiento, diciendo: «Yo podría aseverar que el toro no sufre. Así como lo digo: no sufre dolor». Tardé muy poco en elaborar mi indignada respuesta, que ponía el fraude en evidencia, y que hemos pulido durante estos años después de consultar miles de estudios sobre neuroendocrinología y de centenares de horas de trabajo. Reivindico para nuestra asociación la autoría de esa contestación. Sobre esto no hay discusión posible, porque así nacimos. Si esta elucubración pseudocientífica no hubiera visto la luz, nuestro trabajo no habría sido escuchado en más de 20 ciudades de nuestra geografía, y en tres parlamentos: el de Europa, el de Cataluña y éste en el que nos encontramos. Internet está plagado de referencias a nuestras publicaciones, y de nuestras contestaciones a los tópicos que los taurinos utilizan para justificarse. Hoy, muchos ciudadanos saben del enorme padecimiento de estos animales, porque les hemos transmitido la voz de la ciencia: La respuesta fisiológica del toro no es diferente a que la que tendría cualquier mamífero que fuera sometido a una tortura de esa misma envergadura. «La respuesta orgánica del toro es lógica y patológica».
Hace unos meses, el presentador de un programa de TV me preguntó si somos el «terror de los taurinos»; le contesté que no lo sabía, pero que rebatir la certeza sobre la que se sustenta nuestro discurso, se me antojaba complicado.
Desde diversos ámbitos de nuestra profesión hemos sido llamados al entendimiento, al diálogo y a la moderación por los que defienden la tauromaquia. Algunos de los que nos hacen este tipo de consideraciones, habrán participado el pasado mes de octubre en el VIII Congreso Mundial Taurino de Veterinaria, del que han salido conclusiones como éstas:
«Antes veíamos a los animales como son. La cultura de hacerlos más humanos, y hacerlos hablar y dormir en nuestra propia cama, nos lleva a una realidad que hace que haya un futuro preocupante». ¡Menuda preocupación! Lo cierto es que ese futuro, que tanto les preocupa, puede ser maravilloso, porque es desde hace muy poco cuando hemos empezado a dejarles que se expresen, a escucharles, a observarles, a estudiarles, a intentar comprenderles, y esto es, precisamente, lo que nos obliga a otorgarles una existencia mejor.
Y añadían: «Los veterinarios apostamos por el «respeto a la integridad del toro», ya que «no concebimos las manipulaciones, y que el animal no se presente tal como es». «La puntilla insensibilizadora de perno cautivo, debidamente mimetizada, podría suponer un avance en el bienestar animal de los espectáculos taurinos».
Recordemos: Ya en 1950, un torero de nombre Domingo Ortega dio una charla en el Ateneo de Madrid sobre la manipulación de las astas de los toros, y ya se habló de este fraude en el Senado en 1983, y de nuevo en 1994, y ya en 1996 se modificó el Reglamento de Espectáculos Taurinos para acabar con esta práctica. ¡64 años después nada ha cambiado! Y es con estos argumentos con los que nos piden entendimiento, diálogo y moderación.
Deben creer que con las defensas íntegras les duele menos, y que así se minimiza su sufrimiento; que utilizando una puntilla de perno cautivo, debidamente mimetizada, soportarán mejor el castigo, hasta que se les remata en la arena o en los chiqueros de la plaza entre estertores de agonía. Y si todavía siguen vivos, ya habrá algún arenero que les asfixie pisándoles los ollares y la boca con sus botas manchadas de sangre, como hemos documentado. De las vacas y toros alanceados, ensogados, embolados con fuego, echados al mar, corridos en encierros, burlados a campo abierto o por las calles de los pueblos hasta agotarlos, o de las vacas y vaquillas que mueren en las inofensivas «sueltas de reses», nada han comentado. Tampoco han merecido su consideración, en un ambiente tan académico como un congreso mundial veterinario, las becerras y becerros martirizados por aficionados infrahumanos, o los desechos de tienta que mueren en los pueblos de nuestra geografía. Todos maltratados en conmemoración de santos y santas, cristos y vírgenes, patrones y patronas de tradiciones cuyo tiempo ha caducado. Olvidados quedaron los becerros y novillos acribillados por los alumnos de las escuelas de tauromaquia en sus clases prácticas, y todos aquellos cosidos y descosidos a espadazos y rejonazos, mientras los novilleros, toreros y rejoneadores entrenan a puerta cerrada su arte de torturar, o los muertos para filmar películas como la Blancanieves de Berger. Por olvidar, se olvidaron hasta de los caballos eviscerados de rejoneadores y picadores.
AVATMA es hoy una asociación de carácter profesional desde la que hemos elaborado, y seguiremos haciéndolo, informes técnicos y periciales que han ayudado y van a ayudar a suprimir el protagonismo de otros animales en escenarios en los que el maltrato animal está presente, como en el caso de la injustificada muerte de «Excálibur» en aras de un absurdo y cobarde «principio de precaución», que no quisieron evitar.
Es así como hemos conseguido recientemente que la RAE se haya prestado a revisar los significados de las palabras «descabello» y «descabellar» porque no se ajustan a la verdad. El descabello no mata de forma instantánea al toro hiriéndolo en la cerviz con la punta de la espada o con la puntilla, cómo se afirma.
El descabello deja al toro vivo pero tetrapléjico tras seccionar su médula espinal, y no se realiza con el cuchillo de apuntillar. Próximamente la definición de estas palabras cambiará sustancialmente porque nos han dado la razón. Gracias a los académicos, y a los que nos han ayudado con su intermediación.
Y continuo con los justos y debidos agradecimientos, para acabar mi intervención:
Gracias a los estudiantes de veterinaria continuadores de nuestros pasos, y que están aquí representados, y a los que les pedimos que no tengan miedo, aunque sí prudencia, porque tienen algo tan poderoso como es la razón. Gracias a todas las fundaciones, plataformas, organizaciones y asociaciones que nos brindan su apoyo; estamos seguros que sin su colaboración no estaríamos recibiendo este premio. Nuestro agradecimiento a los partidos políticos que se están adaptando a lo que la sociedad les pide, que hoy en día son un activo muy importante en la lucha contra el maltrato animal, y que también nos abrieron sus puertas. Y por supuesto gracias a los diputados y diputadas, y senadores y senadoras de la APDDA, que nos han hecho muy felices con este premio, y que están realizando un magnífico trabajo para que las reivindicaciones que mejorarán la vida de los otros animales sean escuchadas en el ámbito parlamentario. Gracias a los ciudadanos que nos apoyan, nos estimulan y nos emocionan con su aliento desinteresado. Gracias a «eldiario.es» por su labor con el «Caballo de Nietzsche», hoy y aquí reconocida. Gracias a Lina, nuestra secretaria y mi compañera de fatigas, que me dio la libertad necesaria para trabajar en el movimiento por la abolición del maltrato animal. Y por supuesto gracias a mis compañeros y compañeras de viaje, que lo son de verdad. No me voy a ir de aquí sin decirles que son maravillosos, que son indispensables, que son veterinarios. Muchas gracias a todos.
Madrid 17 de diciembre de 2014. Sala Campoamor del Congreso de los Diputados.