Opinión de Virginia Iniesta, sobre la escuela taurina provincial de Cáceres

Hace tan solo unos días me llevé una muy desagradable sorpresa.

Los medios locales publicaban la noticia de que Cáceres había vuelto a recuperar su escuela taurina provincial, once años después de su cierre, con el siguiente titular:

“una veintena de alumnos se forman en la plaza con el diestro Manolo Bejarano y ya torean en tentaderos. Aprenden valores esenciales en el ruedo con apoyo de una dietista, un psicólogo y un preparador físico”.

Valores esenciales. Frente a estas palabras me detengo y no puedo hacer otra cosa que indignarme. ¿Qué valores puede transmitir a un niño o adolescente el adiestramiento que se imparte en ese lugar (al que me resisto a llamar “escuela”)? Allí se les enseña, nada más y nada menos, que infligir lesiones a un herbívoro asustado hasta causarle la muerte es lícito, admirable y digno de aplauso. Estos niños y niñas de entre 9 y 12 años, que es la edad en que según cada escuela pueden ser admitidos, aprenden a olvidar y a rechazar la empatía natural que tienen hacia los animales, normalizando su maltrato. No es de extrañar, en absoluto, que en la plantilla de la escuela dispongan de un psicólogo, ya que van a ser adoctrinados en contra de su propia naturaleza.

A pesar de que la capacidad de los animales de sentir -no sólo dolor y sufrimiento físico, sino también emociones complejas- es un hecho sobradamente demostrado por la ciencia y, además, reconocido por la propia Unión Europea en los tratados de Ámsterdam (1997) y de Lisboa (2009), en nuestro país todavía existen excepciones que permiten maltratar legalmente y de una forma absolutamente atroz a mamíferos superiores con un sistema nervioso central muy similar al nuestro, amparándose en la única excusa de la tradición.

En España existen un total de 52 escuelas taurinas (cifra del año 2014). En estos centros, los jóvenes aspirantes a torero comienzan a entrenarse con pequeños becerros, animales totalmente indefensos que sufren de manera terrible, tanto física como psicológicamente, durante la lidia a la que son sometidos. Estas crías bovinas, que no llegan a los dos años de edad, padecen la angustia de ser arrancados de su ambiente natural, separados de su grupo familiar, transportados a un lugar totalmente extraño para ellos y torturados sin piedad a manos de aprendices inexpertos.

Dejando a un lado el maltrato animal que estas prácticas conllevan (que ya de por sí debería ser motivo más que suficiente para erradicarlas), existe otra razón fundamental para que la ciudadanía las rechace de manera rotunda: el efecto nocivo que tienen sobre los propios menores que se ven involucrados en ellas. De hecho, la Organización para las Naciones Unidas (ONU), a través del Comité de los Derechos del Niño -órgano integrado por 18 expertos de varios países y asesorado por la Fundación Franz Weber, en el marco de su campaña “Infancia SIN viOLEncia”– se ha pronunciado de forma expresa en contra de que los niños, niñas y adolescentes participen o asistan a corridas de toros y otros eventos taurinos.

Así lo ha expresado tras el examen de los informes presentados por Portugal (2013) y Colombia (2014) en los que estos países dan cuenta de las medidas adoptadas para proteger a la infancia en virtud de la Convención sobre los Derechos del Niño, el tratado internacional que cuenta con más ratificaciones de la historia. La revisión más reciente del Comité, a mediados de 2015, ha sido al Estado Mexicano, al que ha instado a “adoptar las medidas necesarias para garantizar la prohibición de la participación infantil en escuelas taurinas y corridas de toros por estar consideradas como una de las peores formas de trabajo infantil, así como tomar las medidas necesarias para protegerlos, en su calidad de espectadores y aumentar la conciencia de la violencia física y mental asociada con la tauromaquia y el impacto que genera en los niños”. En este mismo sentido, el Consejo Independiente de Protección de la Infancia (CIPI),apoyando su argumentación en los estudios de los expertos de COPPA (Coordinadora de Profesionales Por la Prevención de Abusos), ha manifestado también su rechazo a la participación de la infancia y adolescencia en este tipo de espectáculos.

Pero por si esto fuera poco, podemos enumerar aún más razones para censurar la existencia de escuelas taurinas. Una de ellas es el futuro laboral incierto que les espera a estos jóvenes una vez terminen su controvertida formación. Es, cuanto menos sorprendente, que se esté apostando por fomentar un sector que no supone ni el 0,015 por mil del producto interior bruto del país y que además, según ha demostrado la asociación de veterinarios AVATMA en un irrefutable informe, es incapaz de generar empleo estable. Este documento ha sacado a la luz, entre otros impactantes datos, que el 92% de toreros, novilleros y rejoneadores inscritos como tales en el registro de profesionales taurinos no intervino en ningún festejo en plaza durante el pasado año 2014.

A pesar de esta realidad, y del cada vez mayor rechazo social que genera el negocio taurino, las administraciones lo están intentado apuntalar y blindar de manera desesperada ante su inminente desmoronamiento. Prueba de ello ha sido el reciente anuncio, por parte del Ministerio de Educación y Cultura, de su intención de ofertar un título de Tauromaquia en la FP básica. Esta noticia ha generado una ola de indignación en la ciudadanía, recogiéndose en el portal change.org cerca de 500.000 firmas para la retirada del borrador de la propuesta. En opinión de la Plataforma La Tortura No Es Cultura (LTNEC) la aparición de esta iniciativa gubernamental es una respuesta evidente al avance ético que se está produciendo en algunos lugares de nuestra geografía, donde ya se está cuestionando la eliminación de estas escuelas o las partidas económicas destinadas a ellas, que en ocasiones son absolutamente escandalosas (un ejemplo claro lo tenemos en la propia Extremadura, donde la escuela taurina dependiente de la Diputación de Badajoz cuenta con unos presupuestos públicos anuales de más de medio millón de euros).

El revuelo causado ante la posibilidad de establecer unos estudios oficiales sobre actividades taurinas no se hizo esperar en las redes sociales. El hastag #FPTauromaquia fue trending topic durante un fin de semana. Twitter se llenó de mensajes que, en tono jocoso, dejaron bien patente la indignación y la burla ante lo que la mayoría de ciudadanos considera un auténtico despropósito. Pero de entre todos los tweets generados esos días cabe destacar el enviado por el portal de empleo Infojobs, en total consonancia con el informe de AVATMA anteriormente mencionado:

“España necesita apostar por la industria y la tecnología. Una #FPtauromaquia no crea empleo sostenible y de calidad”.

La consecuencia final de instaurar unos contenidos académicos reglados en materia de tauromaquia no sería otra que el mantenimiento económico de las escuelas taurinas, ofreciendo así vías de financiación y relevo generacional a un espectáculo anacrónico, minoritario, cruel, alejado de la ética y sensibilidad de la mayoría de los españoles (especialmente de los más jóvenes), claramente deficitario desde un punto de vista económico y laboral y que contraviene las recomendaciones de las máximas autoridades en derechos de la infancia.

Sabed que nuestros gobernantes -a los que no les ha temblado el pulso al realizar drásticos recortes en educación pública- están fomentando y financiando que las nuevas generaciones se formen en torturar y aprendan a matar seres con plena capacidad para sufrir, saltándose “a la torera” (nunca mejor dicho) los derechos humanos y animales por igual. Arte y cultura, le llaman ellos. Aberración e injusticia le llamamos los demás.

Virginia Iniesta Orozco

Miembro de Coalición por Cáceres y vicepresidenta de AVATMA