Un pequeño gesto para aumentar el bienestar animal
No cabe ninguna duda que el bienestar de los animales de compañía ha de ser la máxima prioridad para propietarios y profesionales veterinarios. El crecimiento imparable, tanto en cantidad como en calidad, de conocimientos multidisciplinares sobre los factores que intervienen en la salud de las mascotas nos obliga a mantenernos actualizados y a incorporar cambios en nuestra práctica.
En esta ocasión vamos a ocuparnos de la incidencia de los collares, especialmente de cierto tipo de collares, en la integridad física, emocional y social de los perros.
Aunque los veterinarios clínicos de pequeños animales suelen ser requeridos esencialmente para solucionar los problemas físicos, a nadie se le escapa que el dolor y el malestar de las lesiones intervienen en el carácter, percepción y respuesta al entorno de los pacientes.
Una de las causas más frecuentes de eutanasia en los perros, es la agresividad. Es imprescindible, antes de tomar una decisión de tanta relevancia, detectar cuales son las causas de dicho comportamiento. Muchas veces el dolor cervical o dorsal genera respuestas desafortunadas. En muchas ocasiones, ese dolor puede estar motivado por un más que desafortunado empleo de collares inapropiados como son los collares de pinchos, de ahogo o eléctricos.
Paseando por calles y plazas de nuestras ciudades es frecuente toparnos con propietarios que pasean con perros, de cualquier raza y tamaño, sujetos con collares de pinchos. Pueden ser perros grandes y corpulentos, pero no solo ellos los sufren. Vemos a personas que por su envergadura o fuerza poco adecuada, son incapaces de controlar a perros jóvenes o de tamaño medio, que sujetos con collares inapropiados son paseados por sus propietarios, desconociendo el daño que están causando a su animal. Basta con ver la variedad de medidas que se ofertan de este tipo de collares para comprender que hay clientes que los usan con perros jóvenes o de muy pequeño tamaño. Su empleo es siempre erróneo aunque pocas veces el propietario sabe el daño que está infligiendo a su mascota. La explicación pedagógica en estos casos por parte del veterinario clínico es la base para el bienestar de ese animal.
En ocasiones, su utilización tiene una mera y cuestionable función estética y/o simbólica. Otras veces se justifica como herramienta educativa. Algunos afirman que así el perro no tira, y esto no sólo no es cierto, sino que además el perro soporta algo que le hace infeliz. Hay perros con collares de pinchos que tiran haciendo caso omiso de un dolor que fisiológicamente sufren y no manifiestan, porque la ansiedad supera el efecto de las punzadas.
En aquellos casos que los perros no tiran llevando este adminículo punitivo, lo que realmente está más afectado es la relación de confianza que tendría que existir entre propietario y mascota.
Preguntémonos, ¿quién quiere estar al lado de alguien que te provoca dolor? Pero la cosa no queda ahí, si cada vez que un perro se interesa por algo, otro perro, un olor o cualquier otro estímulo, y al adelantarse recibe de manera automática un pinchazo; en un lugar tan vulnerable como el cuello, aprenderá por condicionamiento simple que el entorno es hostil y la sana curiosidad es dolor.
Cada perro es un mundo, los más sensibles que llevan collar de ahogo, de pinchos o eléctrico acaban renunciando a interesarse por lo que les rodea y para algún propietario inclemente tal actitud puede ser vivida como un triunfo. Un paseo en el que el perro no se aleja ni un centímetro del costado de su amo para algunos es un síntoma de dominio aunque lo que haya en realidad es temor y angustia. Otros perros, a causa del dolor generado por los collares nocivos se vuelven más reactivos y suelen recibir más tirones o descargas que agravan la conducta. No es infrecuente que se entre en una escalada de terribles consecuencias para el que a priori, con una buena educación de refuerzos positivos, habría podido ser un magnífico compañero.
Un perro sano y equilibrado debe poder olfatear y explorar objetos, superficies, congéneres, humanos propios y extraños y reaccionar animada y educadamente ante los estímulos de un placentero y necesario paseo cotidiano. Una distancia prudencial del propietario y una satisfactoria compañía a veces se consigue espontáneamente mediante un buen vínculo, que en algún caso puede requerir de ejercicios educativos y de alternativas al castigo como el easy walk.

El collar de pinchos se creó en el Medievo para proteger a los perros pastores de los ataques de los lobos. Obviamente entonces las estructuras punzantes apuntaban hacia afuera. No sabemos muy bien a quien se le ocurrió invertir el sentido de las púas. Creyeron que poniendo hacia el interior la collera punzante, los perros recibían el estímulo adverso suficiente para que su fuerza no superase la de su amo.
No es infrecuente tratar lesiones externas producidas por el uso inadecuado de estos collares, escoriaciones debidas a los pinchos y depilaciones causadas por un exceso de presión, pero quizás sean más abundantes las lesiones musculoesqueléticas que una vez diagnosticadas no sabemos, o sí, como se han podido producir, siendo el uso de estos collares inadecuados una posible causa.
El caso de Lobo, un perro utilizado para la vigilancia que salvó la vida de milagro al ser rescatado por la policía local y por un veterinario de los servicios del ayuntamiento en las cocheras de una empresa, no es infrecuente. En el informe constaba que el perro tenía “heridas sangrantes, al parecer por collar punzante de castigo” provocadas supuestamente por el uso prolongado de un instrumento en el centro de adiestramiento.
En algunos foros se aduce que los collares con eslabones de punta ligeramente roma tienen un uso meramente instructivo y se limita su práctica a los profesionales. El estrés – por miedo, dolor o confusión- está demostrado que reduce la capacidad de aprendizaje así que su uso compromete su función educativa. La falta de una regulación oficial de los profesionales del adiestramiento canino permite el ejercicio de personas poco capacitadas, que con la recomendación de ciertas técnicas punitivas y ciertos collares agresivos logran cambios rápidos, pero momentáneos, de comportamiento, a costa de hacer sufrir al animal y de las secuelas que estamos comentando.
La realidad es que en nuestro país no hay legislación que limite el uso puntual o continuado de collares disuasorios e incuestionablemente lesivos. También la divulgación de su uso en televisión promovida por showmans ajenos a la formación veterinaria puede estar reforzando o incrementado su utilización.
Por desgracia en España no existe normativa que los prohíba como si la hay en Suiza, Austria, Nueva Zelanda o Australia. En otras latitudes no ha sido necesaria la redacción de un cuerpo legal, la implicación de los profesionales y la concienciación de los dueños de perros ha hecho que desaparezcan del mercado y sean vistos como uno vestigio de un lejano pasado inquisitorial.
Como nota positiva podemos afirmar que existen cada vez más centros y protectoras que, más allá de particulares sensibilizados, están eliminando y desaconsejado estos collares. Por nombrar dos podemos hablar de ANAA en Madrid y del CAAC de Barcelona, pero seguramente hay muchos otros y van en aumento.
El uso del collar de ahogo está generalizado en los centros en los que hay muchos animales porque no requiere ajustarse a una talla, son duraderos, son baratos y son fáciles de poner. En el otro lado de la balanza está que se aumenta el estrés del animal – ya excesivo en estas instalaciones – se resiente el vínculo con los cuidadores y voluntarios, aumenta el riesgo de inhibición o reactividad y lo que exige un mayor número de intervenciones veterinarias y de administración de fármacos. A nuestro entender la balanza está claramente decantada recomendando su destierro definitivo.
Los collares con dispositivos eléctricos son esencialmente perniciosos, tanto si descargan electricidad como citronella. Todos sabemos que se siente con una descarga eléctrica (calambrazo) y todos podemos empatizar con lo terrible que es la idea de que se produzca de manera inopinada, continua, intensa y en un lugar especialmente sensible. La repercusión neuromuscular de las descargas es negativa en la totalidad de los casos, psíquicamente debilitante y en algunos casos ha generado quemaduras de gran importancia. La rehabilitación psicoemocional de perros víctimas de estos collares resulta muy costosa cuando no imposible.
Dueños que buscan soluciones inmediatas y control total sin esfuerzo ni compasión pueden comprar en cualquier tienda collares que sin ser baratos – aunque cada vez más porque su ineficacia invita a saldarlos- que pueden proceder de fabricantes carentes de garantías y por tanto suministrar voltajes que son claramente un maltrato.
Los collares de citronella, aunque menos frecuentes, suelen usarse para inhibir el ladrido. Lo que hacen es generar una experiencia desagradable por inundación del olfato. Es algo poco respetuoso teniendo en cuenta la relevancia de su sensibilidad olfativa y suele ir buscando la inhibición de un reflejo que, en ocasiones, es apropiado. Evidentemente es más oportuno emplear técnicas de educación y modificación de conducta que refuercen los buenos comportamientos, que recurrir a la didáctica pedestre del castigo que no tiene ninguna base científica y ni refrendo moral.
Hace ya más de veinte años que un psicólogo y conductista canino sueco llamado Anders Hallgren hiciera un interesante y riguroso estudio sobre el dolor de espalda como causa de comportamientos anómalos en perros . Un elevado porcentaje de animales etiquetados de conflictivos o problemáticos lo son como consecuencia directa de problemas de espalda.
Esta afirmación tan rotunda tiene como base el estudio de una muestra amplia y significativa con un método respetuoso y en línea con las exigencias científicas que se realizó en 1992. Hallgren se hizo acompañar de especialistas en quiropráctica y evaluó el comportamiento referido por los dueños y el estado general de la columna de más de 400 canes. Los resultados son más que concluyentes: un 63% de los perros presentan algún tipo de anomalía en la columna que les puede generar malestar, dolor o limitaciones. A todos estos síntomas les podríamos añadir una respuesta mal interpretada por parte de sus responsables como desobediencia u hostilidad. Algo menos de la totalidad de los perros analizados que habrían sufrido tirones sufren secuelas.
Como indica en el texto “los principales causantes de las lesiones parecen ser incidentes externos y violentos, que obligan al perro a tensar los músculos rápidamente y con mucha brusquedad los tirones de la correa”.
Estamos hablando de un 91 por ciento. Según manifestaciones del propio autor realizadas recientemente, este reconoce que dada la importancia e incidencia de tal cuestión, sería interesante aumentar el número de estudios. Ha observado rigurosamente como por culpa de los collares los músculos de cuello se tensan en extremo, especialmente cuando se usa el collar de ahogo, que compromete el riego sanguíneo cerebral y como consecuencia pueden producirse cefaleas, estrés y cambios de carácter. Afirma, además, que en su práctica ha podido detectar que no solo el cuello padece con estos collares sino que la tráquea puede verse afectada de forma considerable, de forma leve en algunos casos, y en otros, incluso llegar provocar el colapso.
Sin necesidad de grandes despliegues técnicos podemos observar como un perro con un collar de ahogo al tirar varía la coloración de sus mucosas y la intensidad de la irrigación de sus ojos y no da síntoma alguno de bienestar.
De nuevo Hallgren nos indica que ha observado casos de perros agresivos que han dejado de serlo cuando se les ha cambiado el collar por un arnés confortable y se le han proporcionado masajes cotidianos en el cuello.
La mundialmente conocida educadora noruega Turid Rugaas reconoce estar en consonancia con este estudio y con muchos otros similares realizados las últimas dos décadas. Ella da un paso más allá, para ella, los collares están contraindicados y sólo sería oportuno el uso de arneses además de una oportuna educación en positivo.
En cualquier caso si se persiste en el uso de collar que éste sea ancho y nunca de castigo, eléctrico o de ahogo. Al ser preguntado el prestigioso veterinario e investigador Lluís Ferrer este dijo:
“¿Collar de castigo? Es absolutamente prescindible y cruel. No hay ninguna necesidad de utilizarlo y apoyo las iniciativas destinadas a prohibirlo“.
Como máximos responsables de la salud y bienestar de los animales que nos son confiados, los veterinarios haríamos bien dando un paso adelante contra este tipo de collares, informando de manera adecuada y ofreciendo alternativas que repercutan positivamente en lo que más importa: la propiedad responsable y el bienestar animal.
José Francisco Capacés Sala
Veterinario clínico, miembro de AVATMA
Emma Infante
Futur Animal (www.futuranimal.org)
Máster Derecho animal y sociedad
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