SOBRE LA PSEUDOCIENCIA Y LA FELICIDAD DE LOS DELFINES EN LOS ZOOS

El día 31 de marzo, el medio digital «El Español», publicaba una noticia con el título: «Ciencia contra los mitos. El miedo a la libertad de los delfines: son más felices en el zoo». Al parecer y según cuenta el periodista Javier Peláez, un estudio hormonal realizado en varios delfinarios de Europa, con 59 animales en cautividad, entendemos que financiado por Loro Parque, y dirigido por el biólogo Javier Almunia, demostraría que estos cetáceos, los delfines, presentan menos estrés en las piscinas de los acuarios que en su medio natural.

Pues bien: ni una cosa ni otra. Ni es un mito lo que muchos científicos afirman (que los delfines sufren en cautividad), ni es ciencia el sacar unas conclusiones tan simplistas de unos análisis de cortisol, la hormona que, según la fisiología, es la marcadora del estrés, aunque no la única. Decir que son más felices en una piscina, por muchos millones de litros de agua que ésta tenga, es simplemente una broma de mal gusto. Pero cuando quien saca, al parecer, dichas conclusiones, es el director de uno de los delfinarios de España que genera más beneficios a costa de la cautividad de los cetáceos, la duda sobre la seriedad y la veracidad de estas afirmaciones está servida. En realidad es la interpretación que damos a lo que el periodista plasma en su artículo, y estaríamos encantados de que no fueran las opiniones del biólogo. De momento no hay desmentidos a la publicación de «El Español».

Lo primero y para ser rigurosos, que es a lo que nos debemos los veterinarios que trabajamos en contra del maltrato animal, es explicar lo que es el estrés, sus tipos, y las consecuencias que tiene para, en este caso, los mamíferos marinos que lo padecen. Vamos a tratar de hacerlo de la forma más didáctica posible.

Esto es lo que nos dice José Cabranes Díaz, Magister en Etología Clínica y Bienestar Animal de la Universidad Complutense de Madrid, en un trabajo titulado «Psiconeurología y estrés»:

¿Cómo podemos definir lo qué es el estrés? No es fácil pero podríamos decir que es la respuesta de un organismo ante un acontecimiento que se interpreta como una amenaza. También lo podemos definir como un estado en el que el cerebro interpreta la cantidad de estímulo recibido como excesivo o cualitativamente amenazante. La naturaleza de los factores estresantes puede ser física, biológica o psíquica. Ante ellos el organismo activa el sistema nervioso central y pone en marcha las respuestas en forma de cambios en el comportamiento, neuroquímicos con la descarga de catecolaminas (epinefrina o adrenalina y norepinefrina o noradrenalina), hormonales con la activación del eje hipotálamo – hipófisis – adrenal (CRF y proopimelanocortina (POMC) – ACTH y betaendorfinas – Cortisol), inmunológicos y metabólicos. La misión de todos estos cambios es solucionar la situación, el «desafío». Todo esto se produce en un corto periodo de tiempo y no supone importantes alteraciones para el organismo que las genera. La capacidad de adaptarse va a depender de la naturaleza y de la intensidad del agente o agentes estresantes (estresores), la frecuencia de las exposiciones previas al mismo, la vulnerabilidad del que lo sufre y responde ante él, la forma en la que puede superarlo, los factores ambientales, el sexo, y los rasgos específicos de cada individuo, es decir, de su «personalidad«. Si el individuo no se adapta a la situación aparecerá la enfermedad, que se manifestará por alteraciones de tipo psíquico y de tipo físico.

Podemos decir, por tanto que, el impacto emocional que puede ejercer uno o varios estresantes sobre un individuo, dependerá de las características genéticas del mismo, y de las experiencias vividas anteriormente. Imaginemos las numerosas situaciones estresantes por las que pasaron o pasan estos animales, para poder afirmar que su capacidad de respuesta ante tantas agresiones físicas y emocionales deberá estar sumamente deteriorada si no es que podrá estar agotada.

Otras definiciones de estrés son:

«Situación de un individuo o de alguno de sus órganos o aparatos que, por exigir de ellos un rendimiento superior al normal, los pone en riesgo de enfermar»; «cualquier tensión o interferencia que altera el funcionamiento de un organismo»; «conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para una acción»; «resultado de una relación entre el individuo y el entorno, evaluado por aquel como amenazante que desborda sus recursos y pone en peligro su bienestar».

Ante una situación estresante el animal puede pasar por tres fases: la de alarma, la de resistencia y la de agotamiento. Ésta última supone la disminución progresiva de la respuesta de su organismo frente a una situación de estrés prolongado y conduce a un estado de gran deterioro, es decir, se produce una pérdida importante de sus capacidades fisiológicas de respuesta. Esta fase, en la que el sujeto sucumbe ante las demandas y es prácticamente incapaz de adaptarse y de interrelacionarse con el medio, creemos que es la que padecen los delfines que viven su cautiverio en algo tan alejado de la naturaleza de un océano o de un mar como es una piscina.

Podemos hablar por tanto de un estrés agudo y de un estrés crónico que es aquel que permanece en el tiempo. En realidad, y en este último caso, hablaremos de estrés crónico intermitente, ya que la percepción de las amenazas se produce de manera recurrente durante largos periodos de tiempo. En estos casos se podrá dar la incapacidad para dar respuestas a nivel del sistema nervioso central y del sistema endocrino u hormonal.

Si los estímulos estresantes de diversa naturaleza que sufre el animal se mantienen de forma recurrente durante un largo periodo de tiempo, la activación adrenal, es decir, la que da lugar a la descarga de cortisol, va disminuyendo de manera progresiva, produciéndose un hipocorticismo con disminución de la respuesta adrenal.

En este estudio, o por lo menos así nos lo cuenta el periodista, se asevera que:

«durante muchos años se ha propagado la creencia de que los delfines en cautividad están sometidos a un estrés agudo que les hace la vida imposible».

Parece ser que el señor Almunia no ha leído con detenimiento algunos de los estudios de veterinarios, biólogos y psicólogos donde se afirma que lo que les hace realmente la vida imposible a los delfines en cautividad es el estrés crónico intermitente, ya que el estrés agudo es necesario y beneficioso para que cualquier ser vivo pueda sobrevivir: es un mecanismo que ayuda a enfrentarse a los problemas que se presentan en la vida diaria.

Pero cuando un animal no puede solucionar esas situaciones que le están creando un estrés agudo (o estrés adaptativo), el estrés que se está generando es un estrés crónico (no adaptativo) y éste es el que enferma a los animales.

De hecho algunas de las patologías que se describen como provocadas por el estrés crónico intermitente las padecen los delfines que se encuentran cautivos en los delfinarios. Pongamos un ejemplo en la vida de un delfín, mamífero depredador con un sentido de la territorialidad muy marcada: en libertad, las familias de delfines suelen tener peleas entre ellos o con otras manadas. Se crea una situación de estrés adaptativo. El delfín acosado puede huir alejándose del territorio del delfín dominante o atacante. Esta situación queda resuelta y ese pico de cortisol generado por un estrés agudo vuelve a bajar enseguida. En cambio, en una piscina, el animal acosado nunca podrá escapar de una situación de ataque y, por tanto, ese estrés, se convertirá en no adaptativo y empezará a darle problemas tanto físicos como emocionales. Con respecto a la manera de alimentarse que tienen los delfines en libertad, animales depredadores, podría pensarse que el ponerles los peces en la mesa, en este caso en la piscina, supone un factor menos de estrés para ellos al no tener que localizar y perseguir a sus presas, pero lo cierto es que la caza, la depredación de la que hacen gala estos mamíferos, es una necesidad etológica y el privarles de esa capacidad natural también les provoca sufrimiento y evidentemente frustración y estrés.

El señor Almunia pasa también por alto el hecho de que cuando el estrés crónico perdura en el tiempo, las glándulas adrenales se «agotan» y dejan de fabricar cortisol o lo producen en cantidades muy pequeñas, salvo determinadas circunstancias que no viene al caso especificar por carecer de trascendencia en nuestras apreciaciones. Eso provoca, entre otras consecuencias, úlceras gástricas, obesidad e inmunosupresión, patologías que sufren muchos delfines en cautividad. Que en sus estudios la mitad de los delfines tengan unos niveles bajos o indetectables de cortisol no es buena señal. Puede ser un indicio de estrés crónico. Y si va acompañado de esos efectos secundarios, la evidencia está servida. Cualquier estudio riguroso sobre este tema habría tenido en cuenta muchos más marcadores y parámetros que servirían para evaluar el verdadero estado emocional y físico de estos presos de piscina, además de sus respuestas metabólicas y neuroendocrinas.

Por supuesto, reconocemos que los delfines que están en su hábitat, los mares y océanos, sufren de un estrés agudo ( el «recomendable») debido a su naturaleza predatoria y territorial. Y que también sufren de un estrés crónico (con consecuencias nocivas) de nuevo debido a la acción humana: contaminación acústica constante en el mar provocada por los potentes sonares de grandes embarcaciones, el intenso tránsito marítimo y las prospecciones sísmicas, son las principales causantes del estrés relacionado con el sensible sentido de la audición en los delfines. Las artes de pesca, cada vez más numerosas y en bastantes ocasiones ilegales, y que en muchos casos causan la muerte de estos cetáceos, son otros factores evidentemente perjudiciales para estos animales. Los contaminantes antropogénicos causan inmunosupresión y, por tanto, más muertes por causas infectocontagiosas y más infertilidad. Pero así como los humanos no nos encerramos en nuestras casas para evitar los numerosos peligros derivados de la vida cotidiana, es injusto encerrar de por vida a unos seres salvajes sintientes con el único objetivo de divertir al ser humano. Porque el objetivo de conservación está más que demostrado que no se cumple: no podemos liberar al mar delfines que han nacido en cautividad, sólo podemos aspirar a dejarles en un santuario para que pasen el resto de su vida de la manera más parecida posible a su vida en libertad.

Por último, el hecho de sentenciar- con un estudio de dos años, con un número de individuos tan bajo, en un tiempo tan corto y con conclusiones tan pobres- que:

«Delfines en libertad presenten más estrés, zanja de una de una vez por todas la cuestión», es un acto de prepotencia o de defensa de los delfinarios tan evidente que sólo queda decir que no queda zanjado sino todo lo contrario, porque ya se ha demostrado en muchas ocasiones el sufrimiento que estos animales padecen en cautividad, aunque sigan teniendo su permanente falsa sonrisa en su cara, su rictus natural. Las agresiones entre ellos, las muertes, los ataques a humanos, las estereotipias, las úlceras estomacales, las lesiones de su piel, las vocalizaciones y las depresiones, así lo avalan. Nos deberían explicar, los que sostienen este tipo de afirmaciones, por qué es tan frecuente que a estos animales se les practiquen gastroscopias en los delfinarios, por qué se les medica con diferentes fármacos para paliar sus patologías digestivas, y por qué se les suministran diferentes drogas para tratar problemas de ansiedad y otras enfermedades relacionadas con la ausencia de bienestar y de inadaptación al medio.

AVATMA dice y siempre dirá: ¡No a los delfinarios!

Laura Almarcha Duesa.

José Enrique Zaldívar Laguía.

Virginia Iniesta Orozco.

Lina Sáez de Antoni.

En representación de los 443 veterinarios de AVATMA.

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